LAS TIERRAS CREADAS, CAYETANO REYES

LAS TIERRAS CREADAS DEL NOROESTE DE 
MICHOACAN
C a y e t a n o R e y e s
El Colegio de Michoacán

El presente ensayo forma parte de un proyecto más  amplio sobre el noroeste de Michoacán. Aquí se presenta  solamente la parte de la colonización que se efectuó a fines del siglo XIX. Colonización que reforzó y modernizó al antiguo sistema de hacienda, al establecer nuevas  haciendas y convertir a otras en unidades agrícolas en el valle de Huaniqueo.

El noroeste de Michoacán, a fines del siglo pasado, estaba formado por “tierras de cerro y de ciénega”. Las ciénegas se ubicaban en los valles de Huaniqueo, Cuitzeo, Zamora, Chapala, La Magdalena y Tacázcuaro, Tingüindín. 

La parte baja del valle de Huaniqueo tenía un pantano” llamado ciénega de Zacapu de más de doce mil hectáreas pertenecientes a muchos ribereños.1 

En 1893, se informó que “recorriendo todos los puntos del derredor de la  ciénega de Zacapu”, su profundidad alcanzaba “en su mayor hondura a catorce metros y en otras partes irregularmente va disminuyendo a seis, cuatro, tres y un metro quees en los puntos inmediatos a la orilla”.

“En el centro se encuentran pequeñas porciones de tierra firme que se utilizan en labores de maíz, cuyos islotes no llegan a ser inundados por las aguas, sin embargo de no estar a mucha altura. Toda la extensión de la ciénega está poblada de tule, carricillo y otra variedad de plantas acuáticas que se desarrollan extraordinariamente y “hacen imposible la navegación”. En algunos puntos, “quizás por la mucha profundidad, están descubiertas las aguas, es decir sin plantas”.

Esta especie de lagos eran designados con los nombres de Laguna de García, Lago de Urembécuaro, La Patera, La Zoromuta, Laguna de los Puertos y la principal, Laguna de Zacapu.2

Las ciénegas de Zamora anualmente se unían a la de Chapala. Estos pantanos establecieron sus reales en Sahuayo, Xiquilpan, Guarachita, San Pedro Caro, La Palma, Pueblo Viejo, Pajacuarán, Tanhuato, Ixtlán y Zamora. Las ciénegas se originaban en la poca permeabilidad del terreno, en un sinnúmero de manantiales que rodeaban los valles y, en las aguas pluviales que se encharcaban en las depresiones de los terrenos. Además, las ciénegas surgían por las inundaciones que realizaban, en forma anual, las corrientes de los ríos Santiago y Duero,3 “el formador de lagunas”. Estos terrenos, anegados por los ríos, quedaban en su mayoría libres de agua en el período de secas.

Las “aguas de siempre” de las ciénegas daban margen a la existencia de una comarca estéril, pobre, malsana e insalubre. Rodeada de “algunos pueblos de vida económica miserable, que vivían de la pesca y del trabajo artesanal del tule, con terrenos desaprovechados”. Areas pantanosas en donde se procreaban “males inmensos” por las putrefacciones animales y vegetales. Además, por la existencia de las ciénegas anualmente se desperdiciaba por evaporación una cantidad superior a “setecientos cincuenta millones de metros cúbicos de agua”. En fin, las ciénegas eran lugares en donde se encontraban los principales criaderos de lirio acuático. Por otra parte, se observó que  los terrenos de cultivo que se hallaban rodeados de pantanos estaban expuestos a inundaciones por aguas pluviales, tal como sucedió en Purépero (1888), Jacona (1899), Zamora (1900), Chavinda (1900), Ixtlán (1900), perdiéndose las cosechas de maíz y trigo. En cuanto a la construcción, se afirmaba que “no era posible edificar sobre los terrenos fangosos, ni siquiera una construcción provisional” imposible la navegación”. En algunos puntos, “quizás por la mucha profundidad, están descubiertas las aguas, es decir sin plantas”. 

Esta especie de lagos eran designados con los nombres de Laguna de García, Lago de Urembécuaro,  La Patera, La Zoromuta, Laguna de los Puertos y la principal, Laguna de Zacapu. 

Las ciénegas de Zamora anualmente se unían a la de Chapala. Estos pantanos establecieron sus reales en Sahuayo, Xiquilpan, Guarachita, San Pedro Caro, La Palma, Pueblo Viejo, Pajacuarán, Tanhuato, Ixtlán y Zamora. Las ciénegas se originaban en la poca permeabilidad del terreno, en un sinnúmero de manantiales que rodeaban los valles y, en las aguas pluviales que se encharcaban en las depresiones de los terrenos. Además, las ciénegas surgían por las inundaciones que realizaban, en forma anual, las corrientes de los ríos Santiago y Duero, “el formador de lagunas”. Estos terrenos, anegados por los ríos, quedaban en su mayoría libres de agua en el período de secas.

Las “aguas de siempre” de las ciénegas daban margen a la existencia de una comarca estéril, pobre, malsana  e insalubre. Rodeada de “algunos pueblos de vida económica miserable, que vivían de la pesca y del trabajo artesanal del tule, con terrenos desaprovechados”. Areas pantanosas en donde se procreaban “males inmensos” por las  putrefacciones animales y vegetales.
 Además, por la existencia de las ciénegas anualmente se desperdiciaba por evaporación una cantidad superior a “setecientos cincuenta millones de metros cúbicos de agua”. En fin, las ciénegas eran lugares en donde se encontraban los principales criaderos de lirio acuático. 

Por otra parte, se observó que los terrenos de cultivo que se hallaban rodeados de pantanos  estaban expuestos a inundaciones por aguas pluviales, tal como sucedió en Purépero (1888), Jacona (1899), Zamora (1900), Chavinda (1900), Ixtlán (1900), perdiéndose las cosechas de maíz y trigo. En cuanto a la construcción, se afirmaba que “no era posible edificar sobre los terrenos fangosos, ni siquiera una construcción provisional”.

Los poblemas que presentaban las ciénegas, constituían un verdadero reto tanto para los habitantes de la región como para los “científicos”. Los vecinos empezaron a ausentarse, cuando las vías férreas cruzaron algunas regiones del noroeste de Michoacán. En especial, en 1886, los vecinos de Jiquilpan, La Piedad y Zamora comenzaron a “pasar a Estados Unidos y obtener buenos productos de su trabajo”. Se observó que “la emigración, aunque ínfima, fue la puerta de escape” y la que proporcionó al asalariado algunos medios económicos para subsistir.
 
Los “científicos”, al contemplar los problemas derivados de los pantanos, descubrieron que las ciénegas estaban constituidas por terrenos propicios para consolidar diversos proyectos de colonización. Proyectos cuyas raíces se extendían hasta los albores de la tercera década del siglo diecinueve; consolidados en las últimas décadas del mismo siglo y continuados hasta los inicios de los años treinta del siglo veinte. Las raíces de las empresas de colonización se alimentaron en los principios de la “Ilustración”, los cuales señalaban que el “bien común” radicaba en la consolidación de la propiedad privada, el incremento de la producción y del número de propietarios. 

Partiendo de ese bagaje teórico, los proyectos surgieron en atención al establecimiento del nuevo orden del Estado Mexicano, el “soberano congreso general constituyente de los Estados Unidos Mexicanos”, por decreto de 1824, instituyó la colonización de “aquellos terrenos de la Nación” que no fueran de “Propiedad particular, ni pertenecieran a corporación alguna o pueblo”.

A nivel regional, los antecedentes sobremontan a 1828: en ese año, el Estado de Michoacán creó las empresas de colonización, cediendo terrenos baldíos “del Estado a los empresarios” con “el objeto de cultivarlos” y dando preferencia a los ciudadanos mexicanos. El decreto hacía especial referencia al poniente de Valladolid, pues entre las obligaciones de los empresarios se señalaba que “con el auxilio de los colonos deben desecar los pantanos, dar corriente a las aguas muertas y abrir las guías y sendas convenientes en los términos de cada colonia y población para comunicarse entre sí”.



El decreto de 1828 también hizo hincapié en que “los empresarios y colonos podrán desde el día de su establecimiento promover libremente todo género de industria útil y honesta, denunciar baldíos al gobierno, obtener en este caso una propiedad predial, promover allí nuevos es tablecimientos y poblaciones”. Además, el mandato estatal añadía que “estos terrenos podrán en todo tiempo ser enajenados y vendidos, quedando los compradores sujetos a las mismas cargas de los convenios, así como gozarán de 
las franquicias de los que le hubieren vendido; pero si algunos terrenos fueren abandonados quedarán a beneficio 
del Estado”.
Los proyectos de colonización fueron realizados en la segunda mitad del siglo XIX. Pretendieron alcanzar la seguridad, la paz, el progreso y el desarrollo de la agricultura, el incremento del comercio, de la industria y de la población.

En el poniente de Michoacán, la colonización cristalizó con la “creación de tierras nuevas”, desecando las áreas pantanosas. Las desecaciones también plantearon en forma especial la consolidación de la mediana y la gran pro- piedad. Planteamiento que se comprueba si se observa que tanto las localidades como los empresarios se sumaron a  los proyectos decretados por el Estado. En 1888, al analizar los “obstáculos” que se oponían al progreso, las localidades del distrito de Zamora indicaron que la “falta de ranchos o haciendas” impedía su prosperidad. Ya que existiendo estos tipos de propiedades tendrían en que “ocuparse para atender a la subsistencia de la mayor serte de los habitantes, pues estos viven en la más triste miseria, y por lo mismo no hay consumidores sino muy en pequeño”.

Los empresarios se dispusieron a efectuar los proyectos de colonización bajo la condición exclusiva de recibir una parte de los terrenos que alumbraran. Además, expresaron su apoyo y realizaron la institucionalización de la propiedad privada, ya que los “nuevos terrenos” se distribuyeron entre haciendas y algunos pueblos.

En fin, las localidades, empresarios y funcionarios públicos coincidieron en los proyectos de desecación. Participaron gustosos ya que programaban cultivar terrenos que no eran “un don de la naturaleza”, ni de “formación natural”, sino que harían productivas nuevas tierras creadas por la industria del hombre. De esa manera, ganarían terrenos feraces, propicios para el cultivo. Además extir- parían los males, convertirían a la comarca “en rica, sana y fértil”. Impulsarían al México moderno con las obras ya que aportarían beneficios tanto la sociedad como al Estado y en particular a la región. Así, en 1922, los empresarios hacían hincapié en la magna obra, afirmando “lo hicimos en pro de la clase indígena y por el bien y prosperidad del país”...“Desenvolvimos nuevos elementos de producción, establecimos trabajo de cooperación entre la nueva finca y los labradores aparceros de la comarca, co su patrimonio propio”. Y, agregaban que ellos habían puesto “esfuerzo y dinero en la labor de crear nueva tierra donde no la había”17 dando solución a diversos problemas técnicos.

Los científicos calificaron como sencillos los problemas técnicos al afirmar que la solución de las ciénegas se hallaban en una “simple canalización”, que resultaría en la desecación inmediata de los pantanos. Los canales sólo necesitaban una pendiente indispensable para que corriera el agua. Pero éstos tenían que ser de tres tipos: generales de desagüe, colectores y drenes o sangraderas. Sin embargo, las obras de desecación pasaron por diversos trances.

Varios fueron los intentos de desecar el valle de Huaniqueo pero en forma aislada y “sin plan”. En marzo de 1864, el general Felipe B. Berriozabal, Gobernador de Michoacán, expidió en Uruapan un decreto, en el cual determinó que la desecación de la ciénega era de 'gran utilidad pública”, ya que tal obra “dará salubridad a las poblaciones contiguas y aumentará el valor de las propiedades”. 

Además, ordenó que los propietarios hicieran la desecación y en compensación declaró la exención del “pago de contribuciones a las tierras alumbradas”. Pero, en ese año, los mandatos y determinaciones decretadas quedaron en el aire.

En 1884, el mismo Gobierno de Michoacán intentó, “sin éxito, la desecación de la ciénega”.18 Sin embargo, en esas fechas, don Antonio P. Carranza, propietario de las haciendas de Zipimeo y anexas, emprendió, “mediante el esfuerzo aislado y continuo de muchos años y la inversión  de un fuerte capital, obras de verdadera importancia, tendientes a desecar los terrenos”. Trabajos que en la posteridad fueron considerados como “piedra angular de toda la magna obra”, aunque no reunieron “los requisitos de perfección”. Pues “era imposible que aisladamante un propietario, desplegando su esfuerzo individual, llevara a cabo obras de la magnitud necesaria”.

Antonio P. Carranza realizó trabajos en terrenos de su propiedad, en el extremo norte de la ciénega, en donde ‘'afluyen todas las vertientes y aguas de aquella zona”, ubicando tres canales que “son verdaderos ríos por lo caudalosos, y se conocen con los nombres de canal Carranza, canal de la Empresa y río de la Patera”.

En 1886, “se otorgó la primera concesión de origen federal” a Manuel Vallejo; en 1893, los propietarios comarcanos emprendieron nuevamente labores para ejecutar la desecación, “mas sus esfuerzos fueron infructuosos y aban donaron la empresa con pérdida de varios miles de pesos”.

La concesión otorgada a Manuel Vallejo fue traspasada oficialmente, en 1896, a Noriega y Compañía. En ese año, los empresarios Noriega firmaron contrato con los “hacendados, dueños de terrenos cenagosos, para de­secar los pantanos, aceptando como pago la tercera parte de las tierras alumbradas”. La Secretaría de Fomento, Colonización e Industria, en 1899, aprobó los planos de la obra, declarando de utilidad pública la desecación por lo cual se iniciaron las labores. Los trabajos se prolongaron por ocho años hasta en 1907. Los empresarios para realizar las obras modernizaron los instrumentos de trabajo e importaron dragas para abrir los canales en terrenos blandos. Los instrumentos significaron una gran novedad y avance hacia el progreso, de una “región lejana de lugares industriales”. Pero, resultaron “difíciles y costosas las reparaciones” que ocurrían a diario. Otra novedad importante de la colonización fue el establecimiento de una vía férrea en 1901, que atravesó la región en una extensión de ciento treinta kilómetros, terminó con el “aislamiento en que por largos años vivieron los vecinos de Zacapu y sus contornos” y los comunicó tanto con el interior del país como con los Estados Unidos.

El alumbramiento de las tierras requirió la importación de instrumentos de trabajo, mismo que dependía de la llegada del “capital de fuera” —foráneo o extranjero—, con ese capital los empresariosinvirtieron en total tres millones de pesos oro.

Las obras de desecación consistieron en “dar salida al agua que llenaba el antiguo vaso de la ciénega conduciéndola para que afluyera el río Angulo”. Si se analiza la obra se observa que tenía una tupida red, “siendo su desarrollo de cuarenta kilómetros, aproximadamente, por lo que toca a canales generales de desagüe, y de más de cincuenta kilómetros por lo que se refiere a los canales colectores; sin comprender los drenes, “cuya longitud total ascendía a varios cientos de kilómetros”.

Los canales principales fueron cinco:

l) el C a n a l G e n e r a l d e D e s a g ü e que partió del “pueblo de Tarejero al Vado de Aguilar, hoy Villa Jiménez, y mide una longitud de quince mil doscientos metros. 

En Villa Jiménez, “en una longitud de mil doscientos metros el canal está abierto en roca basáltica, que es la formación del estribo de uno de los cerros a cuyo pie corre el río Angulo, al cual afluyen todas las aguas de la Ciénega”. Del resto del canal, una longitud de un kilómetro se abrió en tepetate y la otra porción en tierra blanda. Como su nombre lo indica, sirve para dar salida a todas las aguas de la cuenca. “Este canal tiene secciones distintas de capacidad, en los dos primeros kilómetros o sea a inmediación del pueblo de Tarejero, tiene doce metros de ancho y una pendiente de veinte centímetros por kilómetro; en los cinco kilómetros siguientes, la pendiente es la misma, la profundidad varía de cuatro a cuatro y medio metros y el ancho es de catorce metros.

2 ) E l C a n a l  de Yerbabuena “tiene un desarrollo de ocho kilómetros”, una pendiente de veinte centímetros por kilómetro, su profundidad varía de dos a tres y medio metros y su anchura es de diez metros en toda su longitud. “Sirve en parte de lindero entre las haciendas de Copándaro y Bellas Fuentes y recibe las aguas del río de la Patera y de las vertientes de Bellas Fuentes.

3 ) E l C a n a l  de  N a r a n j a “parte del Ojo de Agua de la Congregación”, ubicado en la parte norte inmediata al pueblo de Naranja, pasa por el pie del Cerrito Colorado y después de unirse al Canal de Zacapu “al norte del pueblo de Tarejero” forma el principio del Canal General de Desagüe. Su longitud es de seis mil ocho-cientos cincuenta metros, tiene dos metros de profundidad por ocho de ancho, como término medio. Presenta una pendiente de treinta centímetros por kilómetro. Sirve para encauzar las aguas de los manantiales de Naranja, Buena Vista y El Cortijo, así como las aguas de las vertientes del sur
4) E l C a n a l d e Z a c a p u “parte de la pequeña laguna formada a inmediaciones de la Villa de Zacapu, recoge las aguas de la vertiente Sur Oeste de la cuenca, las de 
los manantiales de Zacapu y las pluviales de las lomas de Jauja, propiedad anexa a la Hacienda de Cantabria. La anchura del canal varía, pues tiene ocho metros en los dos primeros kilómetros partiendo de Zacapu, canal abajo, rumbo a Tarejero, nueve en los dos siguientes, y diez en 
el resto del canal. Su longitud es de seis mil cuatrocientos metros”.
5 ) E l C a n a l d e C h a p it ir o tiene dos tramos. “El primero, que recoge las aguas del arroyo de La Cal, en terrenos de 
la Hacienda de Copándaro, y parte de las aguas del río de La Patera”. Tiene ocho metros de ancho y dos de profundidad, una longitud de mil trescientos metros, ochocientos de los cuales sirvieron para canalizar el arroyo de La Garita, y el resto fue abierto en su totalidad. El segundo tramo es de dos kilómetros de longitud con una pendiente de treinta y cinco centímetros por kilómetro. Tiene diez metros de anchura y de dos a tres de profundidad, recibe las aguas pluviales de las haciendas de El Cuatro y Copándaro, que forman el Nor-Este de la Cuenca. Los canales secundarios que se construyeron en total fueron nueve:
1) E l C a n a l d e l P esc a d er o está dirigido de Poniente a Oriente, con una longitud de tres mil quinientos metros, uno de profundidad y tres de ancho. Sirve de lindero a las haciendas de Copándaro y Cantabria.
2 ) E l C a n a l d e Be l l a s F u e n t e s tiene “tres y mediometros de ancho, desemboca en el canal de Yerbabuena
y recoge las aguas de los manantiales que brotan en lahacienda de este nombre”.
3) Los C a n a l e s C u a t e s son “así llamados por correr paralelos a diez metros de distancia uno de otro, dirigidos 
de Poniente a Oriente”. “Sirven de lindero entre Canta­bria y Buena Vista y son tributarios del canal de Naranja”. Cada uno presenta una longitud de dos mil sesenta 
metros.

4) E l C a n a l G e n e r a l d e C ir c u n v a l a c ió n como su nombre lo indica delimita —rodea— la ciénega, al mismo tiempo sirve para proteger de inundaciones a las labores que se ejecutan dentro del vaso. Define el lindero entre Cantabria y los pueblos de Naranja, Tirindaro, Tarejero; entre Cantabria las haciendas de Buena Vista y el Cortijo. Recibe aguas pluviales y de canales colectores. 
Tiene una anchura de dos y medio metros, un desarrollo longitudinal de veintiún mil setecientos metros.
5-9) Los canales de las haciendas de E l C o r t ij o , Bel l a s F u e n t e s , T a r ia c u r i, Los E s p in o s y Zip im e o tienen una función de desaguadores y sirven de linderos entre dos haciendas colindantes.
Los canales colectores funcionaron “para recoger las aguas de la red de drenes, que se abrieron en toda el área de los terrenos desecados. En general, estos canales se 
abrieron en tramos de quinientos metros aproximadamente; en la mayoría de los casos fueron prolongados a lo largo de los canales principales, porque atentaban contra su pendiente, “funcionando entonces como contravallados”. 
Por esa razón no se unieron a los canales principales para que no impidieran su corriente. Los colectores tenían una anchura que variaba entre dos y tres y medio metros. 

La longitud de los canales que se encontraban en los potreros llamados de Naranja, Tirindaro, de Alfonso XII, María Cristina y de San Juan, fue de dieciocho mil ochocientos ochenta metros.
Los drenes o sangraderas tenían una anchura media en el fondo de cincuenta centímetros, profundidades distintas y longitudes variables, según las necesidades del terreno en cada una de las fincas. En la Hacienda de Cantabria los drenes se ubicaron a cien metros de distancia. 

El sistema de mantenimiento que sostuvo al gran aparato dendrítico tuvo que ser ágil y práctico. La ciénega estaba rodeada de manantiales y era preciso dar salida al agua. Por otra parte, los canales principales eran de una “pendiente demasiado pequeña, apenas la indispensable para que corriera el agua”; en consecuencia el menor estorbo que encontrara, el menor desperfecto de cualquiera de ellos era suficiente para hacer rebalsar el agua a distancias considerables. Los obstáculos podían ser la vegetación acuática, “tan abundante en estos canales”, o bien los derrumbes de sus taludes, “muy frecuentes por ser el terreno exclusivamente deleznables; o el azolve que las aguas pluviales arrastran en todas las cuencas y que necesariamente tenían que depositarse en el fondo por la corta velocidad de la corriente. Se observó que todos los canales eran una unidad, definidos por una red sistemática “de manera que unos con otros estaban íntimamente ligados y el mal funcionamiento de uno de ellos se reflejaba en todos los demás”. Así que, un dren en “mal estado y por consiguiente no funcionando con regularidad, dejaba de drenar la zona a que estaba destinado; y un canal colector en malas condiciones afectaba todo el terreno cruzado por los drenes que en él desembocaban; y un canal general en mal estado perjudicaba todo el terreno surcado por los drenes y colectores que le eran tributarios”.

De ahí que surgiera un sistema de mantenimiento ágil y práctico: de no mantenerse todos los canales de la ciénega en perfecto funcionamiento, los terrenos ganados por la desecación volverían a convertirse en pantanos.

Las tierras creadas del valle de Huaniqueo en total sumaron doce mil doscientos sesenta y un hectáreas. Estas consolidaron y revitalizaron el sistema de hacienda, pues dieron origen a la hacienda de Cantabria con tres mil novecientos ochenta y ocho hectáreas y ampliaron la 
tenencia de las fincas circunvecinas. La hacienda Tariacuri recibió mil ochocientos cincuenta hectáreas, Zipimeo setecientas treinta, los Espinos setecientas cincuenta 
y cinco, Copándaro mil novecientas treinta y tres, Bellas Fuentes mil doscientas sesenta y cinco, El Cortijo quinientos treinta y seis, Buena Vista cuatrocientos ochenta y una hectárea. Además, incrementaron la pequeña propiedad, aportando cuatrocientos cinco hectáreas a “varios pueblos y fracciones” (veáse cuadro 1).
Las obras realizadas de 1864 a 1907 modernizaron lahacienda tradicional, por lo tanto, los empresarios denominaron a sus nuevos establecimientos unidades agrícolas, fincas industrial-agrícolas o modernas fincas. Los inversionistas indicaron que, por una parte, la nueva hacienda fortaleció al gobierno federal y del Estado, pues percibieron desde entonces, impuestos muy cuantiosos so-
bre lo que antes nada les producía, “antes se pagaban, sobre un valor fiscal de poco mas de doscientos cincuenta mil pesos en toda la comarca, ahora se causan sobre ese mismo valor fiscal elevado a Cinco Millo n e s y T e r c io de pesos (...) El comercio se desarrolló en la misma porción y la Renta del timbre supone considerable aumento debido todo a esta transformación”.25 Por otra parte se
ñalaron que las unidades agrícolas hicieron desaparecer los focos de infección que perjudicaban la comarca y que en “donde nada se producía, surgieron terrenos fértiles” que proporcionaron ocupaciones y bienes a la población
trabajadora; aumentaron los salarios, “desde el principio de la obra”, de diez y ocho a veinticinco centavos diarios.
Las cosechas de maíz fueron incrementadas “pudiendo decirse, sin que sea hiperbólica, que Michoacán es, hoy
día, gracias a esos trabajos de tanta magnitud, un granero de la República”.27 La producción de granos se combinó con la cría y engorda de ganado. En 1924, la Compañía Noriega dispuso sacar al mercado mil trescientos veintitrés toros y novillos. Además, en la Hacienda de Cantabria pastaban “toros de la propiedad de Plutarco Elia Calles

La aparcería fue inherente a las nuevas unidades agrícolas. Sin embargo, los empresarios hacían hincapié en que, en esas fechas, desenvolvieron “nuevos elementos de producción” y establecieron “trabajo de cooperación entre la nueva finca de Cantabria, que allí formamos, y 
los labradores aparceros de la comarca la disfrutan desde entonces”. Es decir, la aparcería significó un moderno sistema “de propiedad usufructuaria”, en el cual el “peón emancipado”, ya no trabajaba como jornalero, sino como aparcero. Señalaban que el aparcero era “socio de los propietarios”, pues recibió cooperación bajo diversas formas: semillas, habitaciones, aperos, bueyes, arados y útiles de labranza, 3e numerario —dinero— cuando lo necesitaban, sin ningún interés y que cultivaba la tierra libremente 
para ganar, no un jornal mezquino sino una parte proporcional de las utilidades, sin ir a pérdidas. Por lo cual, muchos aparceros contaban ya con su patrimonio propio.
Por otra parte, los trabajadores señalaron que era bueno hacer constar las bases altamente liberales, pues “la costumbre general aceptada en todo el Estado que el 
aparcero pague, siempre, la cantidad de dos hectolitros de maíz, pero poniendo de propia cuenta, arados, aperos y útiles de labranza”, en cambio Cantabria “abandonando esa costumbre, no exige renta alguna por los semovientes 
que presta a los medieros, facilita así grandemente el cultivo de las tierras”. Además, los aparceros agregaban que 
los gastos de cosecha eran por cuenta exclusiva de la hacienda. “El aparcero recibe el producto de su cosecha en 
el lugar mas próximo a su casa y no en el campo como es costumbre en todas partes. La hacienda facilita al aparcero durante toda la época de la labor habilitación y dinero necesario para su sostenimiento y el de su familia, sin cobrar interés ni recargo alguno. Quedaba a cargo exclusivo de la hacienda el sostenimiento del drenaje general, pago de veladores y demás gastos de administracción

Los críticos de la hacienda observaban que la aparcería se heredaba de padres a hijos y que al existir una mala cosecha las deudas recaían únicamente en el trabajador. 
Además añadieron que la hacienda no permitía a los trabajadores “criar algunos animales domésticos, como un medio de ahorro, pues si criaban cerdos, se los permitían sólo con la condición de venderlos a la hacienda y esto ocurría en 1920”. Los observadores agregaban que la hacienda, hizo continuar “el mismo régimen, con igual situación social y económica de los campesinos, sobre los 
cuales vino a gravitar un nuevo grupo parasitario”, el sistema bancario el cual “vino a dar participación al capital extranjero en las riquezas nacionales”. Se hacía hincapié en que este último vino a explotar no sólo a los humildes sino también a los propietarios de haciendas por medio de fáciles hipotecas que gravaron muy pronto a un número considerable de fincas (...) de haber continuado veinte años más el régimen bancario porfirista, el 75% de las haciendas michoacanas habría ido a parar a manos de los bancos”. “Estas nuevas condiciones agravaron aún más la situación de la gente campesina, puesto que si antes había tenido que trabajar para los mayordomos, el administrador, el dueño, el clero y el gobierno dictatorial, 
después tuvo que añadir a estos parásitos los capitalistas extranjeros”. Además, se agregaba que “los mayordomos y los administradores siguieron como antes guardando sus ‘ahorros’, pero los ‘amos’ encontraron en las fáciles y cuantiosas hipotecas fuentes de dispendio y de desequilibrio económico con todas las exigencias que‘la gran prosperidad nacionar impuso como un deber social para las clases acomodadas. Los primeros gravámenes fueron seguidos de otros mayores, se abría un pozo para tapar otro’, y así se estableció una situación de desequilibrio económico.    
  
                               NOTAS

1 AGMN. Obregón-Callles. Exp. 818-N-12
2 Noriega y Cía. 1923. La desecación de la ciénega de Zacapu y las
leyes agrarias. Caso especial único en el país, S/p.i., pág. 7
3 AGMN. Obregón-Caíles. 818-CH-17
4 Idem. 818-N-12 Ramo Fomento Desagüe. Vol. 11, exp. 192.
5 AGMN Obregón-Calles. 818Cg-17.3
6 Arch. Ayuntamiento Zamora. Ramo Fomento. 1888, Leg. 2, f. 5.
1899. Leg,L2, 18. 1900, Leg. fs. 14, 17, 18.
7 Noriega y Cía. 1923, pág. 10.
8 Oviedo Mota, A. 1933 La organización social en Michoacán. Mes.
AGNM.R. Presidentes: Cárdenas, Comisión d^ estudios No. 20,
pág. 8.
9 Gfr. Moreno, Heribqrto, 1980. “Ciudadanía y propiedad en el
pensamiento histórico de, Lorenzo Zavala”. Relaciones. Estudios
de historia y sociedad} México. El Colegio de. Michoacán, Vol. I,
núm. 4, pp. 112-138.
10 Dublan, Manuel, 1876, Decreto del 18 de Agosto de 1824.,
11 AGNM. Ramo Gobernación. Leg. 73. Decrejto del 19 de junio de
18(28.
12 Ibidem, Art. 25 Inciso VI.
13 Ibidem. Art. 20, 22
14 Memoria que presenta el secretario de Estado y del despacho de
fomento, colonización, industria y comercio de la República Mexi-
cana. Año de 1869. México. Impr. del gobierno, p. 70
15 Arch. Mpali. Zamora. Ramo Fomento. 1888. Leg. 1, Exp. 5
16 Noriega y Cíia. 1923, p. 10
17 Idem. pág. 17-18. AGNM. Obregón-Calles Exp. 818-N-12, p.5—6,
64.
18 Ibidem, pág. 8.
19 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 818-N-12, pp. 50-53
20 Noriega y Cía. 1923. p. 8.
21 Ibidem, ip. 12, 22.
22 Ibidem. Todos los datos de los canales quq utilizamos a continua-
ción proceden de epta fuente.
23 AGNM. Obregón-Caíles, exp. S18-N-12, p. 15.
24 Noriegaj y 'Cía, 1923. p. 25
25 Ibídpm, p. 18
26 Ibidem, p. 27
27 Ib. p. 36. AGNM. Obregón-Calles Exp. 818-N-12, p. 51.
28 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 101-R2-31
29 Ibidem, Exp. 818-N-12. p. 40
30 Noriega y Cía. 1923, p. 15
31 Ibidem, p. 25
32 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 818-C-211.
33 Oviedo Mota, A. 1933. pp. 6-7

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