LA AGUABLANCA DE DE FINALES DE LOS 70 Y PRINCIPIO DE LOS 80

Era un hermoso lugar para ir en grupo, con su huerta de duraznos, membrillos y chavacanos.
A pesar de ello, los chiquillos evitaban acercarse a lo que había sido la cocina de la casa abandonada que parecía estar metida bajo una loma y cuyos techos estaban cubiertos de hollín; es que por alguna razón sentían miedo.

Sus árboles frondosos a la orilla de la laguna hacían del sitio una especie de paraíso de frescura y sombra cuando el calor arreciaba en los meses calurosos y secos del año; era sitio ideal para que los maestros  nos llevaran de excursión.  Y esas excursiones las disfrutábamos entre risas y carreras, cruzando las parcelas de las placitas al potrero a donde llagábamos pasando una cerca de piedra china debajo de un viejo capulín; realmente eran paseos extraordinarios.

Y al llegar ahí después del camino por donde pasaba el ganado de las Mesas y Comanja a abrevar en la laguna, corríamos por la orilla de sus aguas cristalinas hasta la escalera de piedra y paredón pegada a la pared y subían aprisa al techo rojizo de la vieja y solitaria casa.

A veces, por las tardes, iban con el grupo de amigos a los capulines al gran árbol rebosante de frutos que crecía solitario, frondoso y fuerte en la parcela, mucho más allá del acueducto que llevaba el agua que se bombeaba a la pila en tiempo de preparar la tierra para la siembra. Otras veces, a mitad del día, las idas eran para bañarse en ella cuando se llenaba para el riego y los chiquillos presumían sus habilidades para nadar ahí, zambullendose en la pila.

A la orilla de la laguna, enfrente de la puerta de la casa abandonada, señoras y muchachas de las Mesas lavában despacio sus ropas, perdidas en pláticas desconocidas para nosotros, sonrientes, como que disfrutaban el estar ahí.

La casa de la Aguablaca ya era vieja y lucía abandonada, solitaria y tétrica; no era apta para estar ahí en solitario y la evítaban al obscurecer porque realmente daba miedo ¡es que había tantas historias del lugar!

Contaban que antes de la actual casa vieja de la Aguablanca hubo una construcción de madera y techo de tejamanil; esa construcción tenía una especie de molino de aspas que bombeaba agua de un venero al que cayó una niña que fue decapitada y destrozada y esa es la razón del porqué la sensación de incomodidad que se siente cuando anda uno solo por ahí o al caer las sombras de la noche.

Parece ser que la Aguablanca fue propiedad de uno de los administradores y capataces de los Martínez cuyo nombre no hemos determinado.

Pasó después a ser propiedad de Refugio Díaz, ancestro común de los Díaz de nuestro rancho y al final, de Cirilo Córdoba por medio de su esposa María Díaz.

En tiempos prehispánicos, la laguna de la Aguablanca fue propiedad del señorío de Comanja al que pertenecían los asentamientos del Aserradero, la Escondida y el Malpais de Cortijo Viejo por lo que sus aguas siempre fueron abastacimiento de este pueblo de naturales.

Eso era la Aguablanca de nuestros años de niños.

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