Expedición de mayo

El punto de partida era el campo de fútbol, un poco después  de las cuatro de la tarde bajo un sol quemante y un calor que agobiaba, hasta  cierto punto molesto. Era obvio que eso fuera así  Porque el mes de mayo es el más caluroso de la temporada.
Llegué  un poco antes y de pronto tenía la sensación que no llegarían ellos.
Miraba nervioso con la mirada lejana hacia el camino viejo que conducía a caratacua e iniciaba enfrente de donde yo me encontraba, bajo la sombra agradable de los eucaliptos aún jóvenes.
Al otro lado del  campo de fútbol veía  con nostalgia  donde había  estado aquella casita de piedra y lodo que había  sido hogar de don Juan y que se sustituía  ahora por una construcción de tabique en espera de ser terminada para  acabar de tajo con los posibles vestigios de esa pequeña casa.
De vez en vez mi vista  se desviaba intranquila hacia un lado de la clínica y venia a mis recuerdos esa otra casa pero de adobe con ceja ancha de teja que me daba cobijo cuando de pronto me sorprendía  la lluvia viniendo de la Manga apenas entrando al rancho por ese camino real que a ese  nivel era de tepetate. Esa casa tenía pegada a la pared de la calle unas piedras puestas exprofeso para sentarse: era la casa de Santiago que tenía  un corral con dos eucaliptos en donde ahora es la clínica.

Llegó Nica, el gran amigo de la infancia e Isela, y de pronto, me sentí  aliviado. Casi en seguida llega ese otro Nitto gran amigo con el que me he identificado tanto por los mismos gustos  Que compartimos: podíamos  iniciar la marcha, el equipo estaba ya completo.

Los corralitos al lado traían recuerdos del abuelo paterno. Las mañanas eran nuestras compartiendo horas, él ordeñando sus vacas y yo ayudando a cuidar los becerros miestras el abuelo lo hacía antes de la salida del sol durante mañanas de diciembre en un intenso frío que entunecia las manos hasta casi impedir sentir y mover los dedos.
Los nopales altos y viejos como árboles  vieron nuestro caminar lentos y Leonardo Zavala miraba paciente y curioso cuando entré para observar los viejos y tal vez, centenarios nopales.
A lo lejos del puente, más allá  de él, nos observababa tranquilo y atento un perro bien cuidado que tal vez había escapado del cuidado de su dueño. Posiblemente,sólo por sentirse libre y al final, terminó  huyendo de nuestra cercania.
Cruzamos la puerta de la Manga, ahora de hierro, y de fuerte madera allá por los años setenta. El camino hacia el Toril nos invitaba a caminarlo con ese polvo de pasos andados por tanto tiempo y tanta gente.

Isela se adelantaba de pronto para tomar una selfie mientra Nica, Nitto y yo debatiamos la ubicación  exacta del perdido Rancho San Cristóbal que el mapa ubica bajando la la Manga exactamente en el camino pero que nos hace dudar si fue ahí o no, porque supimos de esa señora que nombrabamos Doña Chucha y que ella y sus hijas llevaban más una vida ermitaña que normal para nuestros ojos.

A lo lejos veiamos lo que llanamos el llamo. Doblamos a la izquierda de la parcela de Gabriel mi abuelo paterno y ahora de Ito y desviamos  los pasos hacia el chupire.
Caminamos juntos ese camino tanto andado por mi y mi padre, agolpando mis recuerdos de niño y adolescente de secundaria.

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